viernes, 11 de diciembre de 2009

La materia de un posible migrante


Tengo tanto que contarte. Quiero explicarte bien por qué las cosas no salieron como lo planeamos. Ya viste que en la vida es difícil trazar caminos de ante mano, porque a cada segundo nuestro andar se va modificando por los antojos circunstanciales del mundo. Yo se que esta distancia puede lastimarte demasiado, pero al menos ahogarse en el agua intentando cruzar el océano me regocija más que caminar lentamente por un puente demasiado tangible. No he nacido para sentirme mediocre, por eso prefiero morir buscando exaltar el destino que me fue concebido, antes que esconderme detrás de una roca sintiéndome sereno.
Sinceramente nunca tuve la certeza que al irme volvería. Vos sabes que siempre me gustó más mirar hacia delante, inventando horizontes para colmar las ansias de mi triste y pobre realidad. Entonces, uno debe salir a buscar un futuro. Futuro que al ser tan lejano, se vuelve improbable; pero en las aventuras de los tiempo de una vida, no podemos ser desestabilizados por la duda. Hay que salir a buscar el cielo que en ni en los propios sueños nos animamos a inventar.
Ahora sé que tenías razón. Que es estúpido buscar una ilusión movilizada por los deseos de adquirir materiales. ¡Pero quién puede ser tan de piedra para no sentir envidia cuando llegan las fiestas y los viejos amigos del barrio aparecen en camionetas nuevas plagadas de placeres! Si la pobreza mas humilde estuviera rodeada de más humildes pobres, seríamos unos pobres decentes. No habría necesidad de depender de nuestra consciencia prosaica que nos enseña a valorar humanos a través de los objetos. Y así fue, yo quería ser como ellos, yo quería despertarte alguna vez con un regalo por tu cumpleaños. Quería sentirme digno, igual a todos, quería sentirme orgulloso de mí mismo y hacer feliz a las personas que amo profundamente. Valoro mucho tu esfuerzo por enseñarme cosas buenas, por mostrarme la magia de las pequeñas cosas, por alimentar mi corazón con tus propias manos de madre soltera.
Al principio fue complicado. Tuvimos que nadar por un pantano hasta llegar a la lancha. Éramos muchos. Estábamos muy apretados, casi sin poder respirar. El señor Rafael fue muy amable con nosotros, nos pedía calma, y nos engañaba diciéndonos que llegaríamos muy pronto. Lo hacía de buena fe, o por lo menos, eso es lo que pensábamos la mayoría. Después de unas cuantas horas, llegamos hasta la orilla en donde había una pequeña playa, piedras y muchos árboles. El calor se cargaba sobre mi espalda pero se respiraba un aire seco, de manera que no sería tan pesado continuar con el camino a pie. Cada quién arreglo sus cuentas con Rafael, y luego de darnos algunas indicaciones, cada uno eligió un camino distinto.
Yo me dirigí hacia el oeste, porque como está el muro, supuse que habría menos vigilancia. Pero como las águilas vuelan a cualquier hora buscando su alimento, cometí un grave error. Hubo quienes eligieron el mismo camino que yo, algunos compartiendo mi estrategia, y otros, confundidos por el miedo sin querer quedarse solos.
Todo fue desierto. Y cuando amaneció conocimos la inmensidad de la sed, la desesperación del hambre, la locura de la supervivencia. Lo que llevada de comida y agua no fue suficiente, ni cerca estuvo de serlo. Y además, muchos decidimos darles nuestras bebidas a las mujeres embarazadas y a los niños.
Afortunadamente llegó la noche para pedirle al sol que nos cediera un instante de cordura.
Nos sentamos en el pie de unos arbustos para dormir algunas horas; aunque la ansiedad no lo permitía, sabíamos que el cuerpo no responde si nos descansa un poco. Esa noche el cielo fue distinto. Había luna llena y las estrellas dibujaron todas las constelaciones. Una gran venda blanca y transparente se posó sobre mis ojos. Recordé mi infancia, cuando me sentaba con mi hermana a la orilla del mar y trazábamos dibujos en el cielo con nuestros dedos hasta empezar a soñar despiertos. Miles de imágenes aparecían en ese abrir y cerrar de ojos. Es justo el momento en que la mente fusiona nuestros matices más agradables del mundo real, y la claridad de nuestros sueños como aire que deseamos.
No sentí el paso de las horas cuando nos sorprendió un nuevo amanecer. Estaba nublado, y eso significaba que tendríamos más chances de llegar sin morir deshidratados.
No tuve otra alternativa que entrar por unos túneles de desagüe. No tuve otra opción que sumergirme en un pantano de barro y excremento. Pensé en vos mamita, pensé en mis hijitos; en ustedes, lo hice por ustedes. Apareció una bifurcación de caminos dentro del túnel y tuve que elegir. Otra vez decidí por el oeste, a esa altura el miedo es tal que uno ya ni puede razonar con claridad, solo sentir y percibir, y todo lo demás deja de existir. A lo lejos vi una luz que aparentaba ser una salida al exterior. Al acercarme escuché ruidos extraños, voces, y algunos ladridos de perros. Vos sabes el temor que les tengo, vos sabes la cantidad de historias que nos han contado; que no te perdonan, que para ellos uno es un animal, ni siquiera eso; es nada. También sabes que no me refiero a los perros. Salí por el agujero pensando que había llegado a destino. De pronto una luz muy fuerte iluminó mi cara, no pude ver nada, solo oía ladridos, voces y gritos en otro lenguaje.
Me dieron veintiséis tiros, diez en la cabeza. Estuve unos minutos besando la tierra y sintiendo como los ojos se me cerraban lentamente. Es un instante que la vida te cede para aceptar que vas a morir. Al principio tuve muchísimo miedo, y por momentos pensé que esa era la razón, sentí que estaba muriendo de miedo. No pensé en Dios, ni en el cielo, ni en el infierno; porque todo era cólera, me daba bronca que ni siquiera pudieran despedirse de mí decentemente. Había pedazos de mi cuerpo por todos lados, sangre que inundaba la ilusión de que me vieras muerto pero entero, sin agujeros en mi cabeza.
La vida me dio muchas oportunidades para escucharte madre, y creéme que quise ver eso que me mostrabas. Creéme que intenté comprender que uno no necesita más que la familia, que un trozo de pan y agua para ser buena persona, para sentirse respetado por lo demás. Quisiera volver el tiempo atrás y llorar en tu falda. Quisiera decirte que me equivoqué, pero que a partir de ahora voy a valorar lo que tengo, y no desear lo que el viento puede llevarse en cualquier momento. Para que quiero un auto, para que quiero dinero, para que quiero ir a otro país si me harán sentir como un esclavo. Si la materia siempre desvanecerá. Solo oigo rumores de aves, y las olas de un mar en calma.
Si tenía mi casita, mi caballo, la serenidad de los gorriones; tenía mi cielo, mi arena, mi árbol y mi sembradora. Si era feliz, si yo siempre fui feliz. No lo entiendo madre, no entiendo por qué nos matan como animales. No entiendo nada de fronteras, ni banderas, ni patriotismos exagerados. Quiero volver el tiempo atrás, aunque ahora esté tirado en el barro, muerto como un perro, y sintiendo como los halcones peregrinos comienzan a devorar mis pedazos.
J.R

3 comentarios:

sgurato dijo...

Hermano. Hace tiempo yo también escribí sobre los migrantes, pero desde otro enfoque, el de la indiferencia que provoca a los que no tienen que padecer las atrocidades de la frontera. Hoy lo comparto contigo:

Jacinto

Sentado el viejo sobre el muro que divide dos culturas, mirando los rostros de la tristeza y de la indiferencia con sólo virar la cabeza. Jacinto era su nombre, aunque ya a nadie le importa. Jacinto es un tipo más que se ha quedado sólo, por culpa de la indiferencia, del hambre, el robo de sus tierras y la muerte de su esposa al intentar cruzar la frontera fue lo que lo orilló a la locura. Esperarla sobre el muro a que regrese, con otra piel, pero con los mismos ojos tristes con los que partieron juntos, Jacinto no se separó de ese muro hasta hoy, en las fuerzas de Jacinto se vieron nubladas, no se sabe si por la inanición de afecto, por sus hijos limosneando en la capital, cosa que él no les enseño, eso de la vida fácil nunca le gustó, pero yo estoy segura que Jacinto murió por el abandono de la esperanza, su mujer no volvería, porque aún los que vuelven, siempre regresan muertos en el alma o con el cuerpo en bolsas de plástico.
Pero el muro ya no importa, porque el futbol ha permitido que al menos por 90 minutos, creamos que ese muro no existe, que las fronteras se vencen y que Jacinto también fué sólo producto de la imaginación colectiva, pues que importa la muerte cuando podemos gritar ¡gooool!.

Gracias por cumplir tu promesa de no dejar de escribir.
Atte. Tu hermana de México

Julián Rossi dijo...

Sin palabras hermana...

sgurato dijo...

avellante dimorforus rastrus... es lo que yo digo cuando no tengo nada más que decir, porque a veces el silencio dice más de lo que debería.
Gracias por comentar a Prometeo... te repito que es una pregunta directa para mi hermano argentino