viernes, 30 de mayo de 2008

La soledad no solo es estar solo


Quizá lo soñó,
soñó ese sueño
en donde todavía estaba vivo.


En la mesa del living de su casa, encontró una carta desgarradora, terriblemente desgarradora.

Tal vez lo crean raro o absurdo, ¿injusto? Tal vez pensaron que no era mi hora, buscaron un por que, ¿injusto?
Tal vez la palabra suicidio sea demasiado fuerte y odiosa. Para algunos un acto cruel contra uno mismo (“pobrecito”), para otros, un acto de cobardía (“que cagón”). Esto es solo una disputa cotidiana del lenguaje. Para el diccionario es una “acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza” ¿Perjudica? A mi me perjudica vivir, y me beneficia dejar de hacerlo, me perjudica estar muerto en vida, “perjudica a quien la realiza”, es incorrecto. Supuestamente hay a quien o a quienes perjudicaré, seres queridos, amigos, familia. Lo dudo, no creo perjudicar a nadie, y lejos esta perjudicarme, si dejo de hacer lo que ya no soporto hacer mas.
¿Que es el suicidio? ¿Quitarse la vida? Deberíamos conocer el significado de la vida, o mejor dicho, saber que es la vida para cada uno de nosotros. Solo hace falta ir a caminar por la calle para ver a los suicidas preocupados mas por el prejuicio ajeno que por la satisfacción que les depara el por venir. El hecho de tener que sacrificar el sufrimiento de un ser querido por lograr el cometido de la tranquilidad lejos del plano terrenal, no puede ser sino, la ultima gota violentamente vertida sobre el vaso a punto de rebalsar de aguas oscuras derrochadas en la infancia. Prefiero ser un suicida que un vividor que ya suicidado, mata o hace suicidar a los demás. Prefiero ser un suicida, ser algo, ser alguien para alguien, ser, alguna vez…ser.

Terminando las ultimas líneas de la carta con un llanto desolador tuvo la esperanza de que todavía podía estar vivo, tuvo la fe de que en la ultima instancia había sido derrotado por las fuerzas de la irresolución, pero la sensación mas espontánea era la de esperar lo peor.


A pesar de los diez pisos que lo separaban de la calle, bajó corriendo por la escalera. Son esos momentos donde el cuerpo necesita estar en movimiento para saciar la desesperación de la lucha contra el tiempo, y es el reloj de arena que contiene los segundos cada vez mas pesados, mas veloces. En la esquina había una parada de taxi, donde los autos se amontonan en fila esperando a algún cliente. Se subió al primero que se enfrento al salir del edificio. Con la percepción baja por el estado de shock despertó al taxista indicándole el destino, fastidiado por la interrupción de su siesta laboral, el taxista le indico de mala forma que debía subirse al primero de la fila ( ley primera de los taxistas), sin responder obedeció y salio a buscar a su amigo sin mapas ni certezas. Recorrió todos los hospitales y sanatorios de la ciudad, pensó que si se habia querido disparar, había fallado, deseó que la bala fuera vieja, o el arma estuviera en mal estado. Si se había querido tirar del puente rosario victoria, la soga se había cortado, cayendo al agua y siendo rescatado por la prefectura. Si había tomado pastillas, eran las equivocadas, o en la farmacia le habían vendido por error unas de menor dosis. Nadie sabía nada.

Busco en cada hotel, en cada bar, en cada plaza, en cada parque, en la estación de colectivos, en el monumento a la bandera. Fue a la cancha de Newells, pensó que estaría sentado en la platea del palomar fumando un cigarrillo, allí donde pasaron cada tarde de verano soñando con algún día jugar en ese césped. No estaba, y ya no se le ocurría otro lugar en donde poder buscarlo. Desesperado, sabiendo que si estaba vivo tal vez esperaba una ultima señal, esa señal que para algunos suicidas es determinante, cuando indirectamente tiran una soga, y ni siquiera allí, alguien les responde, ni siquiera allí, alguien les muestra otra cosa que no sea la espalda, volvió al departamento imaginando que si se había arrepentido buscaría el refugio del hogar. En el camino recordó años anteriores, tratando de buscar alguna razón, algún hecho que pudiera haber desencadenado la urgencia de dejar de vivir.

Empezó a recordar cosas que vivieron juntos, pensó q últimamente estaban mas distantes, la facultad, el trabajo, sus novias, hicieron que dejaran de compartir muchas cosas, aunque el hecho de vivir juntos los mantenía unidos. Busco la razón en la probable depresión paulatina, siendo un tipo bastante cerrado, salvo alguno que otro gesto o rasgo cotidiano, no podía suponer que su amigo estaba pasando por algún tipo de bajón anímico, aunque desde hacia un tiempo se venia recuperando de un hecho que le había cambiado la vida. Cuatro años atrás había perdido a sus viejos en un accidente de autos. Viajaban a San Nicolás y delante de ellos transitaba un camión con acoplado, transportaba caños de metales para construcción, uno de los caños se soltó y los envistió directamente sobre el parabrisa, volcaron en la ruta. La madre murió en el acto y el padre unos meses después en el hospital. Nunca se llevo bien con los padres, sobre todo con el viejo, y siendo único hijo desde muy chico había tenido que asumir responsabilidades importantes. En la crisis del dos mil uno, hipotecaron la casa para pagar algunas deudas, y se la remataron un año después. Enseguida el padre se quedo sin laburo, por eso viajaban a San Nicolás, porque un tío de la madre tenia un campito con algunos animales, pero por una enfermedad no lo podía laburar, así que estaba la posibilidad de empezar desde cero ahí.

Al volver al departamento, intento buscar algo raro que estuviese allí, alguna pista que lo llevara a comprender todo, o por lo menos algo. Por un lado quería tener una respuesta contundente, el “¿¡por que!?” que de costumbre nos hace creer que todo es por algo, que toda consecuencia es causal, y no consideramos lo casual como algo espontáneo y posible. Pero por el otro lado, no quería entrar en el circulo de los –por que-, ya que de ese modo se estaría dando por vencido, de esa forma estaría considerando que su mejor amigo se había quitado la vida esa mañana. Casi vencido, se sentó en la mesa de la única sala del departamento, cerro los ojos por unos segundos e insinuando masajearse la cien con los dedos, palpitó la presencia de un sobre marrón tamaño oficio sobre la mesa, sujetándolo con una mano, sintió el deseo de su corazón de exacerbarse, con la otra, saco el papel que contenía dentro, era un diagnostico médico y entre varias líneas bañadas de vocabulario especifico pudo dilucidar partes como si estuvieran en negrita: “…trastornos que producen distorsión en los pensamientos y en la percepción. Los pensamientos están mezclados o cambian bruscamente de un tema a otro. La percepción parece estar distorsionada más allá de la realidad, haciendo que oiga o vea cosas que no están allí, delirios inusuales no basados en la realidad. Las alucinaciones, los delirios, las preocupaciones o pensamientos revueltos son los responsables de causar miedos y confusiones que puede culminar en violencia…”

Lloró. Lloró como nunca antes lo había hecho. Recordó a su madre en una tarde de verano en sus caminatas por los campos de San Nicolás en época de vacaciones. Recordó que una noche volviendo de un picado con sus amigos, la encontro muerta en un lago de sangre, su padre la había golpeado con un caño de acero en la cabeza hasta matarla, escapando luego sin volver a verlo jamás. Recordó las veces que imaginó como sería el olor del césped de la cancha de Newells, y las veces que le suplico al viejo que lo llevara a conocerlo. Recordó lo que era estar solo, pero absolutamente solo, a tal punto que si la tierra se lo tragara, nadie lo reclamaría.

Recordó haber escrito una carta desgarradora.

El era su mejor amigo, su único amigo, quería tener novia, un trabajo, quería sentirse orgulloso y sobre todo, querido. Él se había estado buscando por toda la ciudad, él fue el único que se despidió cuando esa madrugada de abril saltó desde el décimo piso para darle sentido a su vida, justo después de su muerte, justo antes de que el sol volviera a sorprenderlo.


Dedicado a Adriana Martignoni


Julián