lunes, 6 de octubre de 2008

Lápiz gastado

El silencio ha llegado, se instaló por unas horas, solo quedan ruidos intermitentes de autos que circulan relativamente cerca, a solo algunas cuadras de allí. Ella escribe. Nunca nadie le enseñó a escribir, aprendió sola, como muchas tantas otras cosas. Jamás le interesó conocer los lenguajes modernos vinculados a los mensajes de texto y simplificaciones de televisión; “pereza ideológica” escucho decir en una de las charlas que organizan los muchachos del barrio, sus únicos amigos, algunas noches.

En sus primeros años de escritora, su mirada estuvo en sus propios relatos de vida, como una cronista juvenil que narra su historia en personajes que imagina o que quiso desear imaginar. Con el correr de los años, sus letras comenzaron a cambiar, tal vez la letra personal sea una armonía en octava del recorrido histórico de la vida de uno mismo. Con el tiempo todos los sujetos que hacen arte cambian, cambian sus ideas, la forma de expresarlas, cambian sus deseos, cambian hasta sus ganas de crear, porque su personalidad común y cotidiana se va fusionando lentamente con la personalidad artística del mismo sujeto. La persona cotidiana y el artista están juntos guardados en un mismo armario, cuando el sujeto es adolescente se viste con el traje que debe ponerse para cada momento. Pero cuando va creciendo, la remera está hecha de persona y el pantalón de artista. Por eso es alucinante ejercer las artes, pero muy conflictivo también. No es fácil aceptar ni esa remera ni ese pantalón, muchas veces a los pintores de cielos, jilgueros humanos, captadores de momentos; les gustaría vestir de pijama y pantuflas, para liberar un poco la mente, tan presionada por el corazón que obliga a crear constantemente. Liberar la mente de lo que se conoce como Inspiración; pero de eso no se puede escapar, la inspiración domina cualquier corazón. “Será que la lucidez es un rayo que raja las pieles de cada uno de nosotros, un rayo que se propone abrirnos la mente para que ingresen esos vientos tan afinados que producen la creación como tormentas juveniles. O será que nos pasamos la vida tratando de imitar esos años vírgenes de dolor y blindados contra la desesperanza. Tal vez, el arte sea como el amor. Nos enamoramos una vez, no advertimos ese amor ni lo apreciamos, lo subestimamos, y después nos pasamos la vida tratando de imitarlo, buscamos identificamos, comparamos, de eso se trata, comparar. Como histéricos necesitados de castigos, como queriendo castigar el extremo singular, nuestro acceso al aura”, fue lo ultimo que Anita Machado escribió en su diario.

Desconfía de dios bastante seguido. Viene de una familia atea y escéptica en nociones generales, del espíritu y de la realidad, para ellos, el alma se ampara en el desierto personal, se nutre de la realidad y de la experiencia, “solo creo en mi” recuerda decir a su padre tambaleándose con los ojos color sangre, aunque, lo poco que le enseñaron fue arrastrado por las aguas del tiempo.

Hace años que Anita Machado se mudo a zona oeste. Eligió esa comarca por el barrio, familiero de día, solitario de noche. La tranquilidad se desprende de las cuatro plazas, concentración de escuelas primarias, mateadas de parejas y vendedores de flores y otros productos adaptándose a la fecha. Lugar de mercaditos, cerrajerías, panaderías, kioscos, talleres mecánicos; trabajadores de barrio para comercios de barrio. Las oriundas calles no conocen esos ruidos tan humeantes de los colectivos, para eso esta Mendoza o San Juan, carreteras que funcionan como arterias comunicativas con el centro. Durante el día hay silencio, durante la noche, mucho mas silencio. Anita ya conoce esas mañas naturales, y por eso su creatividad literaria solo se gesta cuando la luna conquista los cielos, será porque de día trabaja, (a veces también trabaja de noche) o será que cuando llega la noche es el instinto feroz que la convierte en depredadora de ideas, en maquina de hacer voces.

Su despertar lo deciden los chicos que van llegando para entrar a la escuela. También los pequeños comercios, que abren sus puertas cada día soñando vender más que ayer. Anita prefiere el verano, aunque tenga poco trabajo, los chicos están de vacaciones y puede dormir hasta tarde postergando su labor hacia el atardecer. Cada mañana toma su coche y sale a buscarse el pan. En cada esquina, en cada rincón, en cada desecho familiar hay un motivo para que Anita Machado consiga realizar sus obligaciones diariamente. Es independiente, puede faltar las veces que quiera, aunque sabe que no puede aprovecharse mucho, porque su sueldo, como el de la mayoría de los que están en negro, es proporcional a las horas que trabaje.

Los vecinos ya la conocen, creen conocerla, o dicen conocerla. Mitos barriales adornan su historia de vida, chismes de peluquerías y chucherías de puertas y silletas acompañadas de mates y facturas. Algunos afirman que era una mujer hermosa y que una tarde su marido la encontró en la cama con un tipo y que le pego tanto que casi la mata, y que después de eso, la dejo sin nada. Otros dicen que se volvió loca después de enterarse que su marido había derrochado todo en los caballos (que inclusive apostaba en una mesa de cartas los sábados por la noche). También están los optimistas que comentan que Anita dejo a su marido y se fue con un tipo y que éste muchacho la dejo por una pendeja, la hija de Tita Pendica, una vecina a quien Anita le hacía los mandados y a cambio la señora le barría la vereda día por medio.

Anita Machado viene de una familia humilde, su madre era maestra de tercer grado, enseñaba lengua en la escuelita del viejo barrio donde vivía, en la zona sur, al límite con Baigorria. Su padre era un vago. Se pasaba todo el día en el antiguo club Aurora, a unas cuadras de su casa, apostando y emborrachándose con sus amigos. El club de bochas que fuera orgullo del barrio por ser cuna de la dupla campeona interprovincial de Bochas año 1962, pasó a ser un ingrato recuerdo de los brillantes días en que el deporte y las distracciones hicieron del recinto un sitio de agrado para convertirse en un refugio de jugadores, tahúres, embaucadores, y dios sabe que más.

Siempre eran los mismos, el viejo Julio, Pirulo y el dueño del buffet, el manco Carlitos, aunque a veces aparecían otros señores buscadores de azar de otros barrios y se armaban épicos partidos que luego se comentaban anecdóticamente en los asados de los viernes. Horas y horas jugando a la casita robada y apostándolo todo, mientras la cerveza fomentaba el orgullo ilusorio ganador de los señores soñadores. Ese orgullo que aumenta cada vez más a medida que las derrotas se acumulan, mientras más se pierde, más se cree poder ganar.

Dicen que el viejo Julio en una época tenía una gran heladería artesanal, a pocas cuadras del club, pero que una noche, en una de esas rachas adversas lo apostó todo, y así, lo perdió todo. En una de las manos más terribles y cargadas de la noche, el viejo apostó la receta del Sambayón que había traído su abuela después de la segunda guerra mundial en un barco lleno de inmigrantes. La heladería de Julio se llamaba “La Samba de John”, por el famoso Sambayón artesanal que hacía la heladería y por su fanatismo hacia Lennon.

Tito tenía un nieto que jugaba al futbol en las divisiones inferiores de Newell’s, era el orgullo de la familia. Este muchacho apostó el pase del pequeño promesa. Su familia lo desheredó después de esa tarde de borrachera cuando pensó que tenía el partido ganado.

Anita recuerda los años de niñez como momentos desagradables de su vida, aunque siente mucha nostalgia por no haber visto nunca más a su madre y a su hermana. Tuvo que escapar, tuvo que huir de su hogar para encontrar un verdadero hogar. Todo lo que sabe, lo aprendió de la naturaleza, de las matemáticas cotidianas obligatorias y esenciales, de las relaciones educativas directas que se renuevan en una sociedad, de su grupo de amigos, que a pesar de no verse tan seguido, desde hace tiempo se juntan a despedir el año, rogando por tiempos mejores mientras trozan el pan dulce. “Hoy esta fresco” o “como anda esa tos” son los hilos discursivos mas frecuentes que mantiene con los vecinos del barrio.

Desde hace mucho tiempo, en el patio de una de las escuelitas del barrio, se hacen encuentros literarios organizados por Gloria, una de las maestras del colegio. Una gran olla de mate cocido y pan casero, lecturas de cuentos y poesías inician los encuentros, y después, una hora de debate a tema a abierto. La lista de asistencia es muy variada, chicos que recién empiezan a escribir, vecinos, algunos maestros y maestras de la escuela, y también dicen presente varios mendigos que disponen de tiempo y utilizan ese momento para disfrutar de la merienda. Serán alrededor de quince, o veinte todos los viernes. Una vez, llegaron a ser como cincuenta. El dueño de la panadería mas conocida del barrio, Don Miguel, gano la lotería y dono siete docenas de facturas. El boca en boca de los peregrinos callejeros no se hizo esperar y se acercaron más de cuarenta y pico para compartir esa memorable tarde.

La reunión comienza cuando Gloria pregunta quién quiere leer algo, enseguida alguien se ofrece y le ceden la palabra. Generalmente los que leen sus creaciones son siempre los mismos, eso no significa que los demás no escriban, sino que, aunque Gloria siempre los incentive a leer, a muchos les avergüenza mostrarles a todos lo que hacen. El hecho de hacer público un arte personal para algunos es muy especial, como una especie de rito donde predomina el temor a la desbastadora crítica facilista que ejerce cualquier boludo sin respetar el amor que el artista tiene de su hijo, su tesoro mas preciado, su obra.

Hace más de veinte años que Gloria disfruta de su profesión. Le encanta trabajar con chicos, sobre todo, con aquellos niños indisciplinados a quien sus padres tienen casi abandonados, a la deriva del destino. Su método es el dialogo constante, desestima los castigos, ella dice que lo que aprendan los chicos muchas veces queda de lado, piensa que para que ellos sepan aprender hay que saber enseñarles. Lo que más le enoja es que se copien en las pruebas, y sobre todo, que falten. Los otros maestros están convencidos de que Gloria debe ser la directora, por su dedicación y amor a los chicos, amor retribuido, porque ellos también la quieren mucho.

Para Anita, Gloria es como su segunda madre…o la primera. De la mano de ella, Anita aprendió a escribir, a compartir y a deshacerse de sus dolores, de querer y de también sentirse querida, respetada, consolada.

Su carrera como escritora empezó desde pequeña, sin métodos ni teorías literarias, sin incertidumbre intelectual ni búsqueda de un futuro mejor. Anita escribía diálogos que escuchaba, o lugares que veía, plazas, bicicletas, comidas, o simplemente su hogar, sucesos de gente común en lugares comunes. Siempre desde la mirada de una pequeña niña que adquiere conocimientos y experiencias de todo lo que sucede a su alrededor, la mirada de una niña que lo observa todo y también lo cuenta todo, como una periodista juvenil, como una cuentista adulta.

Alguna vez escribió: “había una vez una nena, María, que se sentía sola, muy sola. Un día llego a su casa muy tarde. Estaba asustada, porque sabía que sus papás podrían estar preocupados por ella. Al llegar, entró despacito para evitar llamar la atención. Llegando a su pieza para acostarse rápido y que nadie la viera, escucho a su madre gritar con prudencia y a su padre murmurando. Fue a ver que pasaba. Cuando entró a la pieza de sus padres, lo primero que vio fue a su madre llorando en un rincón, acurrucada por el terror. Terror que su padre evadía por la perversión, su padre, símbolo de amor y cuidado, de supuesta protección natural hacia sus hijas, estaba metiendo su mano entre las piernas de su hermana, y la acariciaba por todo el cuerpo. Ella solo decía “para papá”, pero su padre no solo la seguía tocando sino que también le sacaba la ropa lentamente. María pensó en decirle que dejara a su hermana tranquila, también deseo hacerle daño, mucho daño, al ver a su hermana casi vencida tratando de defenderse, mientras su papi le tapaba la boca para que se callara. María no tuvo miedo, porque ya había visto que su padre había hecho lo mismo con su mamá alguna vez. Así que corrió, corrió lo más rápido que pudo y nunca más quiso volver a su casa. María fue feliz, se hizo amiga de los gorriones y de los árboles.”

Anita Machada ya se jubiló. Tuvo que abandonar su profesión, esa que eligió por descarte, escapar de su casa y vivir en la calle de ilusiones y de restos de comidas ajenas, o quedarse en ese hogar que su padre, a causa del alcohol transformaba en un infierno.

Nunca pudo conocer el circo; el mar, un beso con amor, la puntualidad, un vuelto de más, una reunión de padres, un despertador, un cumpleaños feliz. Jamás pudo quejarse de alguna comida mal condimentada, de una cama sin hacer. Solo conoce la estimulación, los códigos sociales, mendigar para comer, sobrevivir para entregarle al corazón el oxígeno necesario para bombear la sangre suficiente que los pulmones exigen en el esquema imperfecto de la biología humana, biología desigual que no entiende nada de relaciones sociales, que no discrimina el acceso que cada uno tiene al obligatorio nutrimento. Esos sistemas digestivo e inmunológico que desarticulan las conciencias en beneficio de su supervivencia. Si no existiera el hambre, no existiría la desnutrición.

Ya no recuerda su infancia. Su futuro que se aleja día a día de lo eterno, se concentra en los encuentros que Gloria hace en la escuelita, allí se siente escuchada y respetada por su maravillosa prosa, y por lo menos, se asegura la comida de los viernes. Cada fin de año, con sus amigos, esos mendigos que duermen en camas improvisadas en los banquitos de las cuatro plazas, junto a la suya, se reúnen para despedir el año. Lo festejan con pan dulce, vino y algo que los vecinos puedan contribuirles. A las doce en punto, se sorprenden como cada treinta y uno de diciembre, de los fuegos que pintan el cielo y se ponen a adivinar de qué color serán esta vez.

La calle le enseñó a sumar, a escribir y a odiar a dios cada vez que el frío de julio le lastima la piel, donde lo caliente se entibia rápidamente cuando su sangre emerge de su cuerpo para convertirse en su única compañera, su espíritu santo en su mundo maldito. Anita la mendiga, la vagabunda, la callejera, la del carro, Anita Machada, ahora, solo Anita, la que pide mientras las vecinas más chismosas se preguntan que escribirá día y noche en esos diarios viejos, con ese lápiz gastado.



Julián

lunes, 21 de julio de 2008

La separación de mis padres



          Hace aproximadamente un año, mis viejos compraron esta casa -desde donde les estoy escribiendo- antigua, de estilo chorizo, como las casas romanas o pompeyanas. Como si fueran dos casas, o una dividida en dos. Tiene una entrada lateral por el zaguán con puerta cancel, que lleva al jardín conectado a habitaciones de gran altura. Despintada, desarreglada en los pisos y paredes, aberturas y algunos detalles más. Descuidada en su fachada. En el transcurso del año la fueron arreglando poco a poco. Primero fueron los pisos, el jardín, la pintura y luego algunas otras reformas en la estructura de los techos. Lo que definitivamente no estaba en los planes era algún tipo de reforma en la estructura interna de la casa.
        Como es costumbre, los vendedores que trabajan para las inmobiliarias son muy sinceros, justos y sobre todo, astutos. Recuerdo con exactitud las palabras de mi querido amigo vendedor de casas. “El sistema eléctrico esta bárbaro, las cañerías se pensaron para que duren toda la vida”. Pensando. Lo ingenieros y arquitectos de esta casa seguramente habrán sido también filósofos. Seguramente en el manual de ventas habrá alguna sección vinculada con la obstaculación de la conciencia, donde les enseñan a ocultarla, todo sea por vender. No interesan los medios. Fin, fin, fin. Total, si la casa se desmorona en un día, los papeles ya están firmados, el vendedor ya tiene su comisión y el dueño su pasaje a las Bahamas para él y su hermosísima y joven amante, “amor, tengo que viajar por trabajo”.       Mi desesperación se hace cada vez mas grave, mis ojos lagrimean por la intensidad del dolor que comienza a conquistar desde mi pelo hasta la punta de mis pies.
         Todo estaba tranquilo. Nublado el cielo aparentaba aclararse después de las gotas que había derramado esa tarde de viernes. Como si el cielo y el sol después de discutir fuertemente por la propiedad del atardecer, quisieran reconciliarse. Debussy adornaba el paisaje con su Claro de luna. Me senté en el piano, ante el gran ventanal hacia el jardín que me inspira constantemente. Estaba escribiendo una canción. En el descanso (el recreo obligatorio que consiste en prender un cigarrillo para apreciar mas relajado lo que acabo de crear) noté que el gran cenicero que uso estaba totalmente lleno de colillas. Demasiado lleno. Vacié el cenicero en la rejilla del jardín por pereza, ya que no había ningún tacho cerca. A los pocos minutos, escuché gritos como voces rabiosas que venian desde el fondo de la casa donde esta la habitación de mamá. Rápidamente decidí correr hacia allá, como un loco consciente, como un consciente que se vuelve loco para sacar fuerzas extraordinarias y correr más rápido que el viento. Cuando cruzaba la puerta de la habitación los gritos se apaciguaron repentinamente para convertirse en llanto desolador. Los gemidos venían desde el baño que esta dentro del dormitorio. Dirigiéndome hacia allí, vi que la puerta del baño estaba abierta, la luz fuerte que se hacia tenue hasta desaparecer saliendo por la puerta que divide la habitación y el baño, mi madre allí parada, con el pelo mojado, saciada en lagrimas. Al verme llegar, desesperó en sus lamentos

-Las cañerías están tapadas-dijo desmesuradamente, temiéndole a la muerte-
-Tranquila, tal vez se tapo por la lluvia –me hice el boludo-
-No -desesperó aun más- están tapadas porque las cañerías son viejas y de mala calidad, me dijo el plomero que vino hace meses a pasarme el presupuesto para ponerme la canilla en el jardín para regar las plantas.

En ese momento, mi papa volviendo del trabajo, entra y sorprendido le pregunta a mi mama por que esta llorando (no tan sorprendido, siempre llora por cualquier cosa). Ella enloquece aun más.

-Me quiero morir, se taparon las cañerías para siempre.

Mi papa obviamente queriendo apaciguar los ánimos, busca tranquilizarla.

-Tranquila, voy a llamar al plomero para que venga y arregle todo.
- ¿No te dije recién? –Mi madre en su papel de esposa- Se taparon para siempre. La última vez que llamaste al plomero para que me ponga la canilla en el jardín para regar las plantas fue hace seis meses y todavía no vino. No sabes nada, y esto es tu culpa, te dije que la casa estaba hecha mierda, y vos la quisiste comprar igual.

-No puede ser, ahora la culpa es mía –reaccionó mi viejo-
-Si –celosamente mi madre indaga- y a todo esto, ¿Por qué llegaste a esta hora del trabajo?
- No cambies de tema ahora. Acá pasa algo y siempre es mi culpa. No te aguanto más.
- No te hagas la victima carajo. Te andas haciendo el loco con la puta esa que tenés de secretaria.
- ¡Basta! No la metas en esto a Rita, trabaja todo el día.
-Si, me imagino como trabaja pobrecita.
- ¡Me cansaste! Me voy a la mierda. No te soporto más. Ya ni quiero volver del trabajo para no verte la cara.
- Claro, así te quedas en la oficina mientras esa hija de puta te prepara el cafecito.
- Te dije que no la metas a Rita en esto.
- No la defiendas más, yo soy tu mujer.
- Solamente en los papeles, porque ya hace tiempo que dejaste de serlo.¡Me voy!
- Sos igual que tu padre. ¡Un borracho mujeriego! Andate donde quieras, yo también me voy a ir a la mierda.

Mi viejo hizo el bolso y se fue de mi abuela. Mientras cargaba sus cosas en el auto mi mama no podía parar de gritarle barbaridades.

-¡Sos un hijo de puta! Me engañas con tu secretaria, y encima me dejas en esta casa de mierda con todas las cañerías rotas, sin poder bañarme, ni cagar, ni nada.
- Basta Silvia, ¡sos una loca! (los vecinos, mientras tantos, disfrutaban del show en sus veredas con sus sillas de playa y sus mates)

        Mis viejos se separaron. Yo no puedo más. No aguanto más. El dolor se hace mucho más fuerte, tengo miedo de explotar. Es que hace rato que me estoy cagando encima y las cañerías tapadas para siempre. Me parece que le voy a pedir al vecino que me preste el baño, me debe una, después del espectáculo que le regalé anoche no le va a costar nada prestarme su inodoro. Pero no creo que me lo preste, a ver si todavía le tapo las cañerías.
      Ya cagué del vecino y también me compré un tacho de basuras para poner al lado del piano.

       Hace unos meses que mi viejo vive en la casa de mi abuela, dice que las cosas están mejor así, que su matrimonio fracasó (evidentemente) y que quiere comenzar una nueva vida. Esta saliendo con Rita.
      Mi vieja hace algunas semanas que decidió irse a la casa de mi otra abuela. Dice que esta casa le recuerda a su horrible y fracasado matrimonio (evidentemente), y que quiere comenzar una nueva vida. Esta saliendo con un plomero.

     Yo me quede solo en casa, todavía disfruto de las tardes de los viernes. Algunas veces elijo Bizet o Schubert, depende de cómo me levante ese día. Suelo tirarme en el verde césped a esperar que la luna y el sol vuelvan a pelearse, para que vuelvan a reconciliarse y así me regalen ese maravilloso paisaje. A veces pienso que fuimos creados para hacer de nuestra vida un ciclo. Pelearse para amigarse, fracasar para triunfar. La renovación origina al deseo, como también se parte desde el deseo para buscar la renovación. ¿Cual es el principio y cual es el final? Principio del final y final del principio. Habrá que cortar las raíces y volver a sembrar.

     Las cañerías comenzaron a destaparse solas. Y también solas se volverán a tapar. Por unas colillas o por un matrimonio fracasado, las estructuras internas de un hogar pueden desvanecerse en segundos, por más que la pintura disimule las arrugas, ya que el disimular siempre termina arrugando la estructura.



J.R

viernes, 30 de mayo de 2008

La soledad no solo es estar solo


Quizá lo soñó,
soñó ese sueño
en donde todavía estaba vivo.


En la mesa del living de su casa, encontró una carta desgarradora, terriblemente desgarradora.

Tal vez lo crean raro o absurdo, ¿injusto? Tal vez pensaron que no era mi hora, buscaron un por que, ¿injusto?
Tal vez la palabra suicidio sea demasiado fuerte y odiosa. Para algunos un acto cruel contra uno mismo (“pobrecito”), para otros, un acto de cobardía (“que cagón”). Esto es solo una disputa cotidiana del lenguaje. Para el diccionario es una “acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza” ¿Perjudica? A mi me perjudica vivir, y me beneficia dejar de hacerlo, me perjudica estar muerto en vida, “perjudica a quien la realiza”, es incorrecto. Supuestamente hay a quien o a quienes perjudicaré, seres queridos, amigos, familia. Lo dudo, no creo perjudicar a nadie, y lejos esta perjudicarme, si dejo de hacer lo que ya no soporto hacer mas.
¿Que es el suicidio? ¿Quitarse la vida? Deberíamos conocer el significado de la vida, o mejor dicho, saber que es la vida para cada uno de nosotros. Solo hace falta ir a caminar por la calle para ver a los suicidas preocupados mas por el prejuicio ajeno que por la satisfacción que les depara el por venir. El hecho de tener que sacrificar el sufrimiento de un ser querido por lograr el cometido de la tranquilidad lejos del plano terrenal, no puede ser sino, la ultima gota violentamente vertida sobre el vaso a punto de rebalsar de aguas oscuras derrochadas en la infancia. Prefiero ser un suicida que un vividor que ya suicidado, mata o hace suicidar a los demás. Prefiero ser un suicida, ser algo, ser alguien para alguien, ser, alguna vez…ser.

Terminando las ultimas líneas de la carta con un llanto desolador tuvo la esperanza de que todavía podía estar vivo, tuvo la fe de que en la ultima instancia había sido derrotado por las fuerzas de la irresolución, pero la sensación mas espontánea era la de esperar lo peor.


A pesar de los diez pisos que lo separaban de la calle, bajó corriendo por la escalera. Son esos momentos donde el cuerpo necesita estar en movimiento para saciar la desesperación de la lucha contra el tiempo, y es el reloj de arena que contiene los segundos cada vez mas pesados, mas veloces. En la esquina había una parada de taxi, donde los autos se amontonan en fila esperando a algún cliente. Se subió al primero que se enfrento al salir del edificio. Con la percepción baja por el estado de shock despertó al taxista indicándole el destino, fastidiado por la interrupción de su siesta laboral, el taxista le indico de mala forma que debía subirse al primero de la fila ( ley primera de los taxistas), sin responder obedeció y salio a buscar a su amigo sin mapas ni certezas. Recorrió todos los hospitales y sanatorios de la ciudad, pensó que si se habia querido disparar, había fallado, deseó que la bala fuera vieja, o el arma estuviera en mal estado. Si se había querido tirar del puente rosario victoria, la soga se había cortado, cayendo al agua y siendo rescatado por la prefectura. Si había tomado pastillas, eran las equivocadas, o en la farmacia le habían vendido por error unas de menor dosis. Nadie sabía nada.

Busco en cada hotel, en cada bar, en cada plaza, en cada parque, en la estación de colectivos, en el monumento a la bandera. Fue a la cancha de Newells, pensó que estaría sentado en la platea del palomar fumando un cigarrillo, allí donde pasaron cada tarde de verano soñando con algún día jugar en ese césped. No estaba, y ya no se le ocurría otro lugar en donde poder buscarlo. Desesperado, sabiendo que si estaba vivo tal vez esperaba una ultima señal, esa señal que para algunos suicidas es determinante, cuando indirectamente tiran una soga, y ni siquiera allí, alguien les responde, ni siquiera allí, alguien les muestra otra cosa que no sea la espalda, volvió al departamento imaginando que si se había arrepentido buscaría el refugio del hogar. En el camino recordó años anteriores, tratando de buscar alguna razón, algún hecho que pudiera haber desencadenado la urgencia de dejar de vivir.

Empezó a recordar cosas que vivieron juntos, pensó q últimamente estaban mas distantes, la facultad, el trabajo, sus novias, hicieron que dejaran de compartir muchas cosas, aunque el hecho de vivir juntos los mantenía unidos. Busco la razón en la probable depresión paulatina, siendo un tipo bastante cerrado, salvo alguno que otro gesto o rasgo cotidiano, no podía suponer que su amigo estaba pasando por algún tipo de bajón anímico, aunque desde hacia un tiempo se venia recuperando de un hecho que le había cambiado la vida. Cuatro años atrás había perdido a sus viejos en un accidente de autos. Viajaban a San Nicolás y delante de ellos transitaba un camión con acoplado, transportaba caños de metales para construcción, uno de los caños se soltó y los envistió directamente sobre el parabrisa, volcaron en la ruta. La madre murió en el acto y el padre unos meses después en el hospital. Nunca se llevo bien con los padres, sobre todo con el viejo, y siendo único hijo desde muy chico había tenido que asumir responsabilidades importantes. En la crisis del dos mil uno, hipotecaron la casa para pagar algunas deudas, y se la remataron un año después. Enseguida el padre se quedo sin laburo, por eso viajaban a San Nicolás, porque un tío de la madre tenia un campito con algunos animales, pero por una enfermedad no lo podía laburar, así que estaba la posibilidad de empezar desde cero ahí.

Al volver al departamento, intento buscar algo raro que estuviese allí, alguna pista que lo llevara a comprender todo, o por lo menos algo. Por un lado quería tener una respuesta contundente, el “¿¡por que!?” que de costumbre nos hace creer que todo es por algo, que toda consecuencia es causal, y no consideramos lo casual como algo espontáneo y posible. Pero por el otro lado, no quería entrar en el circulo de los –por que-, ya que de ese modo se estaría dando por vencido, de esa forma estaría considerando que su mejor amigo se había quitado la vida esa mañana. Casi vencido, se sentó en la mesa de la única sala del departamento, cerro los ojos por unos segundos e insinuando masajearse la cien con los dedos, palpitó la presencia de un sobre marrón tamaño oficio sobre la mesa, sujetándolo con una mano, sintió el deseo de su corazón de exacerbarse, con la otra, saco el papel que contenía dentro, era un diagnostico médico y entre varias líneas bañadas de vocabulario especifico pudo dilucidar partes como si estuvieran en negrita: “…trastornos que producen distorsión en los pensamientos y en la percepción. Los pensamientos están mezclados o cambian bruscamente de un tema a otro. La percepción parece estar distorsionada más allá de la realidad, haciendo que oiga o vea cosas que no están allí, delirios inusuales no basados en la realidad. Las alucinaciones, los delirios, las preocupaciones o pensamientos revueltos son los responsables de causar miedos y confusiones que puede culminar en violencia…”

Lloró. Lloró como nunca antes lo había hecho. Recordó a su madre en una tarde de verano en sus caminatas por los campos de San Nicolás en época de vacaciones. Recordó que una noche volviendo de un picado con sus amigos, la encontro muerta en un lago de sangre, su padre la había golpeado con un caño de acero en la cabeza hasta matarla, escapando luego sin volver a verlo jamás. Recordó las veces que imaginó como sería el olor del césped de la cancha de Newells, y las veces que le suplico al viejo que lo llevara a conocerlo. Recordó lo que era estar solo, pero absolutamente solo, a tal punto que si la tierra se lo tragara, nadie lo reclamaría.

Recordó haber escrito una carta desgarradora.

El era su mejor amigo, su único amigo, quería tener novia, un trabajo, quería sentirse orgulloso y sobre todo, querido. Él se había estado buscando por toda la ciudad, él fue el único que se despidió cuando esa madrugada de abril saltó desde el décimo piso para darle sentido a su vida, justo después de su muerte, justo antes de que el sol volviera a sorprenderlo.


Dedicado a Adriana Martignoni


Julián